miércoles

A quien sea que adopte a mi perro.


Esta historia que van a leer a continuación surgió en 2008 cuando empezó a rodar por Internet enterneciendo a todos los que la leían. Según algunos sitios que se tomaron la enorme molestia de investigar si es verdad o no, no hay como probar qué sí o qué no pasó, así que es cierta si tú quieres que lo sea.
Cualquiera que sea la verdad, la historia es increíble y vale la pena compartirla.
Esta es la historia de una persona que adoptó a un labrador negro llamado Reggie de un albergue local. A continuación está la traducción de la historia tal cual y como se hizo famosa. Es larga, pero te aseguramos que te va a gustar mucho. 
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Me dijeron que el nombre del gran labrador negro era Reggie mientras lo miré acostado en su jaula. El albergue estaba limpio, con una política de no dormir a los animales y el personal era muy amigable. Yo sólo había estado en el área por seis meses pero a donde sea que iba en el pequeño pueblo universitario, toda la gente era abierta y me hacían sentir bienvenido. Todos te saludan cuando vas por la calle.
Pero sentía que algo me faltaba en mis intentos de establecer mi nueva vida aquí y pensé que un perro seguro no me iba a hacer daño. Me daría alguien con quien hablar. Acababa de ver el anuncio de Reggie en las noticias locales. El albergue dijo que habían recibido varias llamadas justo después de que salió, pero que toda la gente que lo había ido a ver no eran “personas de labrador” (Lab people), lo que sea que eso signifique. Debieron haber pensado que yo sí.
Al principio, pensé que el albergue me había juzgado mal al darme a Reggie con todo y sus cosas, que eran una camita, una bolsa de juguetes de los cuales casi todos eran pelotas nuevas de tenis, sus platos y una carta cerrada del dueño anterior. Bueno, Reggie y yo no hicimos mucho clic cuando llegamos a casa. Después de dos semanas seguíamos teniendo muchos conflictos (dos semanas es el tiempo que el albergue me dijo que tomaría adaptarnos). Tal vez era que yo seguía tratando de adaptarme también o tal vez era que nos parecíamos mucho.
Por alguna razón, sus cosas (excepto las pelotas de tenis, porque Reggie no iba a ningún lado sin dos de ellas en la boca) se quedaron olvidadas junto con todas mis cajas de cosas que aún no había desempacado. Me imaginé que no necesitaba nada de lo viejo y que más bien le compraría cosas nuevas una vez que nos adaptáramos bien, lo cual quedó muy claro desde el principio que no iba a pasar.
Traté de enseñarle los comandos básicos que el albergue me dijo que sabía como “siéntate”, “ven” y “junto” y los obedecía cuando quería. Nunca parecía escucharme si le hablaba por su nombre y sí, a la cuarta o quinta vez que lo decía me volteaba a ver pero inmediatamente se volteaba de nuevo y volvía a lo que estaba haciendo. Cuando le volvía a llamar, podía ver como suspiraba y sin ganas me obedecía.
Esto no iba a funcionar. Se comió un par de mis zapatos y de las cajas que aún no desempacaba. Yo era muy serio y duro con él y me podía dar cuenta que él lo resentía. Las fricciones llegaron a tal punto que yo ya no podía esperar a que se acabaran las dos semanas. Cuando acabaron, empecé a buscar mi celular desesperado entre todas mis cosas desempacadas. Me acordaba perfecto de haberlo dejado encima de unas cajas en el cuarto del cuarto de visitas, así que murmuré cínicamente que tal vez “el maldito perro me lo escondió”.
Finalmente lo encontré y antes de poder marcar el número del albergue, también encontré su cama y otros de los juguetes que me habían dado en el albergue. Aventé la cama a donde estaba Reggie, él la olió y movió la cola, esta es la primera vez que lo vi entusiasmado por algo desde que llegó a la casa. Así que le dije “Reggie, ¿esto te gustó? Ven y te doy un premio”. El perro volteó, me vio, suspiró malhumorado y se acostó dándome la espalda.
Bueno, eso no va a funcionar tampoco, pensé. Así que marqué al albergue.
Pero justo colgue cuando vi el sobre que no había abierto. Se me había olvidado por completo. “Okay, Reggie”, dije en voz alta, “vamos a ver si tu dueño anterior tiene algún consejo para mi”.
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A quien sea que adopte a mi perro:
Bueno, no puedo decir que estoy contento de que estés leyendo esto, la carta que le pedí al albergue que sólo le entregara al nuevo dueño de Reggie. Ni siquiera estoy contento de escribirla. Si estas leyendo esto significa que acabo de regresar del último paseo en coche con mi labrador para dejarlo en el albergue. Él sabía que este paseo era diferente. He empacado su cama y sus juguetes antes y siempre los pongo en el asiento de atrás, pero esta vez, es como si supiera que algo estaba mal. Y algo está mal… por eso tengo que ir y tratar de hacer que esté bien.
Así que deja que te cuente sobre mi labrador con la esperanza de que esto te ayude a crear un lazo con él.
Primero, ama las pelotas de tenis, entre más, mejor. A veces pienso que es parte ardilla por cómo le gusta guardarlas. Usualmente tiene dos en la boca y trata de meterse una tercera. No lo ha logrado aún. No importa a donde las avientes, irá por ellas, así que ten cuidado, no lo hagas cerca de calles. Yo cometí ese error una vez y casi le costó la vida.
Luego, los comandos. Tal vez la gente del albergue ya te lo dijo, pero te lo diré de nuevo. Reggie se sabe los obvios: “sentado”, “quieto” y “junto”. Sabe también señas con la mano, “atrás” para que voltee y se regrese cuando pones la mano estirada hacia arriba y “encima” cuando sacas la mano a derecha o a la izquierda. “Sacúdete” cuando quieres que sacuda el agua y “pata” para que te choque la mano. Hace también “abajo” pero sólo cuando tiene ganas de acostarse, supongo que tú podrás trabajar más este comando con él. Conoce las palabras “pelota”, “comida” y “hueso” como nadie más. Yo entrené a Reggie usando premios. Nada abre sus orejas como lo hacen los pedazos pequeños de hot dog.
Horarios de comida: dos veces al día, una alrededor de las 7 de la mañana y otra alrededor de las 6 de la tarde. Come comida regular que consigues en cualquier tienda de mascotas, los del albergue conocen la marca.
Tiene todas sus vacunas al día. Habla a la clínica de la Calle 9 y actualiza su información con la tuya; ellos se asegurarán de mandarte un recordatorio cuando le toquen de nuevo. Te aviso de antemano: Reggie odia el veterinario. Buena suerte subiéndolo al coche – aún no sé cómo sabe que vamos al veterinario, pero lo sabe-.
Finalmente, dale tiempo. Yo nunca he estado casado, así que hemos sido Reggie y yo por toda su vida. Ha ido a todos lados conmigo, así que incluye en tus paseos diarios en coche si te es posible. Se sienta bien en el asiento de atrás y no ladra ni se queja. Le encanta estar acompañado, en especial acompañado por mí. Esto significará que la transición será difícil para él, tener que vivir con alguien nuevo.
Y por eso tengo que compartir otro pedacito de información contigo…
Su nombre no es Reggie.
No sé por qué lo hice, pero cuando lo dejé en el albergue les dije que su nombre era Reggie. Es un perro inteligente, así que se acostumbrará y responderá a él, no me queda duda alguna. Pero no pude soportar darles su nombre real. Para mí, hacer eso, parecía como el final, que darlo al albergue era admitir que nunca lo volvería a ver. Y si termino volviendo, yendo por él y rompiendo esta carta, significa que todo está bien. Pero si alguien más la está leyendo, bueno… significa que su nuevo dueño merece saber su nombre de verdad. Esto te ayudará a crear un lazo con él. Quién sabe, tal vez hasta notes un cambio en su actitud si es que te ha estado dando problemas.
Su nombre verdadero es Tank (Tanque), porque eso es lo que manejo.
De nuevo, si estas leyendo esta carta y eres del rumbo, tal vez mi nombre ha salido en las noticias. Les dije a los del albergue que no podrían dar a Reggie en adopción hasta que recibieran un aviso del comandante de mi compañía. ¿Ves?, mis papás han muerto, no tengo hermanos, nadie con quién hubiera podido dejar a Tank… y esa fue mi única petición al Ejército antes de partir a Irak, que hablaran al albergue en el “evento”… para avisar que Reggie podía ser puesto en adopción. Por suerte, mi coronel es un amante de los perros y sabía a dónde iba mi pelotón. Dijo que lo haría personalmente. Y si estás leyendo esta, carta quiere decir que cumplió con su palabra.
Bueno, esta carta se está poniendo deprimente, aunque francamente, sólo la escribo por mi perro. No me puedo imaginar si la estuviera escribiendo por una esposa e hijos y para la familia. Sin embargo, Tank ha sido mi familia por los últimos seis años, casi lo mismo que el Ejército ha sido mi familia.
Ahora espero y rezo por que tú lo hagas parte de tu familia y que él se adapte y te quiera tanto como me quiso a mí.
Ese amor incondicional de un perro fue lo que me llevó a Irak, como una inspiración para hacer algo desinteresado, para proteger a gente inocente de aquellos que pueden hacer cosas terribles… y de mantener a aquellos que hacen cosas terribles sin poder llegar aquí. Si tengo que renunciar a Tank para hacerlo, lo hago con gusto. Es mi ejemplo de servicio y de amor. Espero haberlo honrado con mi servicio al país y a mis compañeros.
Bueno, es suficiente. Me voy esta tarde y tengo que pasar a dejar esta carta al albergue. No creo que vuelva a despedirme de Tank, ya lloré suficiente la primera vez. Tal vez me asome a verlo y ver si logró por fin meterse tres pelotas de tenis en el hocico.
Buena suerte con Tank. Dale un buen hogar y dale un beso extra de buenas noches – todas las noches – de mi parte.
Gracias,
Paul Mallory
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Doblé la cara y la volví a meter en el sobre. Claro que había oído de Paul Mallory, todos en el pueblo sabían quién era, hasta la gente nueva como yo. Un joven del pueblo, que murió en Irak hace algunos meses y que después de muerto le entregaron la medalla Estrella de Plata (Silver Star) porque dio la vida para salvar a tres de sus compañeros. Las banderas habían estado a media asta todo el verano.
Me hice para adelante en la silla y recargue los codos en las rodillas mirando fijamente al perro.
“Hey, Tank”, le dije quedito. La cabeza del perro giró inmediatamente, las orejas levantadas y los ojos brillantes.
“Ven”. Inmediatamente se paró, sus uñas haciendo ruido en el piso de madera. Se sentó enfrente de mi, su cabeza inclinada, buscando por el nombre que hace meses que no escuchaba.
“Tank”, le susurré. Su cola se movía de un lado a otro.
Le seguí susurrando su nombre una y otra vez, cada vez que lo decía sus orejas bajaban, sus ojos se suavizaban y su postura se relajaba mientras un sentimiento de felicidad parecía llenarlo. Le acaricié las orejas, le di masaje en los hombros y enterré mi cabeza en su cara para abrazarlo.
“Ahora soy yo Tank, somos sólo tú y yo, tu dueño te entregó a mí”. Tank se acercó y me lamió el cachete.
“¿Quieres jugar pelota?”. Sus orejas se levantaron de nuevo.
“Sí, pelota, ¿te gusta la pelota?”. Tank se quitó de entre mis manos y desapareció en el otro cuarto.
Cuando regresó tenía tres pelotas de tenis en el hocico.
fuente:http://institutoperro.com/2015/quien-sea-que-adopte-mi-perro/

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